domingo, 11 de mayo de 2014

El reencuentro: Por los alrededores del embalse de Pinilla.

Amaneció un día precioso, a pesar de estar en mayo el día fue totalmente de verano pero sin el rigor ni la calima característica de esa estación.
Yo, como siempre me pasa, corriendo y solucionando las últimas tareas domésticas para ser puntual. Cuando Luna, Juan y yo llegamos a Oteruelo, Teresa y Ana ya habían llegado.
Fue una gran alegría volver a coincidir de nuevo. Al grupo se incorporaron el inminente papá Jose y los que acababan de estrenar paternidad, Rafa y Cristina. Como siempre acompañados por Juanjo, un guia 10.


En esta ocasión me tocó montar a "Jarco"un precioso potro español de 5 años, tordo rodao. Pese a tener mis temores por aquello de la juventud del caballo y su posible inexperiencia y "miedos" acabé encantado con él.
Como todos los caballos de Juanjo en "Caballos del Valle" ya estaba perfectamente domado. No me dió ni un sólo problema y para colmo resultó comodísimo en el trote y con un galope corto espectacular para poder ir admirando a la vez el paisaje. Hacía mucho que no disfrutaba tanto sobre un caballo.


Todas las rutas posibles por el valle son de una belleza espectacular, pero ésta, si cabe, aún era más vistosa. Se trataba de dirigirnos a través de varias praderas y bosques de robles a la ermita de San Miguel. Esperandonos teníamos al "guardián" del templo, tumbado a la sombra y con una cornamenta digna de cualquier "Vitorino".


Un poco más adelante una manada de caballos en libertad que José, uno de los mayores ganaderos de la zona, tiene pastando en las praderas que todavía conservan un verde intenso, delicia del ganado.



El calor apretaba y aprovechamos los numerosos abrevaderos de la zona para dar agua a nuestras monturas. Con gran envidia veíamos como ellos bebían un agua fresca y limpia que caía de un tubo de agua cristalina que llenaba los pilones.



Los bosques de robles en esta época están impresionantes. Los arboles ya han vuelto a cubrirse de hojas y el suelo conserva toda la riqueza.
Dejamos a la derecha La Morcuera y enfilamos en dirección al embalse de Pinilla.
En el valle también abunda el ganado vacuno. Por desgracia cada vez quedan menos ganaderos. Cuando se jubilan muchas de las explotaciones desaparecen al no continuar los hijos que prefieren emigrar a las ciudades. Así ha pasado con varios conocidos de Juanjo.
A pesar de ello, todavía hoy no hace falta andar mucho para dar de bruces con alguna manada. Una de las que nos encontramos disponía de un enorme semental que posiblemente pasaba de los 600 kilos y que "vigilaba" su harén.



Después de dos maravillosas horas un refrescante paseo por el río Lozoya dejando que nuestros caballos chapotearan y se refrescaran.
De vuelta a las cuadras, primero nos bebimos la mitad de las existencias de cerveza y agua de la tienda del pueblo y después una reparadora comida en el cobertizo de la hípica. Como siempre pasa en las comidas campestres se volvió a cumplir esa regla no escrita pero auténtica de comer mucho más que cualquier otro día normal y es que se hace dificil después de comer lo propio no probar lo de los
demás, sobre todo cuando son viandas tan apetitosas como los mejillones con patatas fritas de Luna, el membrillo con queso de Ana o los hojaldres de Teresa.


El colofón fue un café en uno de los bares del pueblo  mientras Juan y Luna nos daban una interesante sesión sobre los beneficios de la terapia bionergética y la piramidoterapia. A la vista de las excelencias de dicha terapia y los beneficios curativos que nos comentaron, creo que todos acabamos con ganas de pedirles cita para una sesión.
Y calendario en mano para buscar día para la próxima ruta, levantamos el campamento y nos volvimos cada uno a nuestro "olivo".