"El 69, el 69, el que no hay que olvidar es el 69" me repitió Alberto varias veces. Se refería a ... la salida 69 de la autovía, para después dirigirnos hacia Oteruelo del Valle en donde Andrés, Maite y Juanjo tienen su magnífica hípica, "Caballos del Valle" en un entorno incomparable y con caballos de cine, nunca mejor dicho porque un buen número de ellos los habían cedido para participar en una película que se estaba rodando en las cercanías.
Pasadas las 12 ya estábamos sobre unos magníficos caballos y yeguas atravesando la primera de las numerosas praderas por las que pasamos.
Abriendo la marcha David en el impresionante "Tarzán", detrás Sara, Silvia y Alberto.
Ana y Pilar, nuevas en el grupo, rápidamente se integraron y comenzaron a admirar las maravillas del paisaje. Al fin y al cabo estábamos en pleno corazón de la Sierra de Guadarrama, en el valle del Lozoya junto al río que da nombre al valle. Río que cruzamos en varias ocasiones propiciando imágenes y sensaciones que difícilmente olvidaremos, sobre todo Silvia que pensaba que su yegua se iba a tumbar y que ambas se darían un refrescante baño, cosa que afortunadamente no se encontraba entre las intenciones de la yegua.
Enseguida atravesamos zonas de robles, fresnos y pinos que se iban alternando con los prados y las dehesas del ganado vacuno, espectador privilegiado del grupo ecuestre que dirigía con mano experta Andrés, el guia.
Como siempre, hubo varios cambios de montura en busca del equino que mejor se adaptase a las características de cada uno. Andrés no paraba de subir y bajar de su caballo, bien para abrir o cerrar una de las numerosas cercas para el ganado, bien para alargar o acortar estribos.
Después de algún sustillo que "Cañera" le dió a su amazona, llegamos al embalse de La Pinilla. Ante semejante espectáculo no pudimos resistir la tentación de hacernos la obligada foto de familia.
Lo dejamos a un lado y nos encaminamos hacia otra de las amplias vegas que se iban sucediendo en la ruta. Pasamos junto a una protectora cerca tras de la que un impresionante ejemplar alazán, entero, se volvía "loco" al oler nuestras yeguas. No hizo falta que Andrés dijera nada para que al instante avivásemos el paso tratando de poner tierra de por medio.
Más de dos horas después de nuestra salida regresábamos a la cuadra quejándonos de lo deprisa que se nos había pasado y, por supuesto, hablando de la próxima salida.
Pero antes de volver a Madrid devoramos la riquísima tortilla con pimientos de Sara y el resto de viandas que habíamos llevado.