sábado, 21 de abril de 2012

Por La Cabrera

Al entrar en casa la duda era si primero abrir una lata bien fría de cerveza o antes darme una tonificante y reparadora ducha. Elegí la primera opción y después del primer sorbo tras el que desapareció medio bote me encaminé hacia la ducha.
El abundante chorro de agua caliente resbalaba por la cabeza, los hombros, la cara. Después del cansancio del día era una agradabilísima  sensación mezcla de confortante relax y recuperación de fuerzas.
Había sido un día perfecto. Poco después de las 10:00 estábamos todos en el punto de reunión y poco después de las 11:00 en La Cabrera, a pesar de que alguno persiguiera C5's grises equivocados (¡!).
Un café en El Caldero y derechos a Cabalcampo, eso sí, todos mirando al cielo y no precisamente para rezar.
Pepe fue eligiendo los caballos adecuados para las características y el nivel de monta de cada uno. Y al campo.
Dejamos a nuestra espalda la enorme mole de piedra de La Cabrera y serpenteamos por bajadas y subidas entre jaras y encinas.
Tras una suave y prolongada subida paramos en un claro para corregir errores y comentar cómo iba cada uno: Inma y Sally dicen que estupendamente, hechas dos jabatas "con un par", sin despegarse del grupo y aguantando el ritmo.
Los "ventalarubianos" Raquel, Sara y Alberto haciendo gala de su técnica y de sus avances en las clases de su magnífica escuela hípica.
Paloma sorprendiéndonos por su excelente monta. Silvia, igual, disfrutando del paisaje y de su "Rubio". Y yo, qué voy a decir, disfrutando como un loco de una de mis aficiones favoritas e intentando hacer alguna foto que no saliera movida.
La principal preocupación era el tiempo. La suerte se alió con nosotros porque tras prolongados ratos de sol tuvimos pequeños períodos de una llovizna suave que se agradecía al sentirla fresca sobre las caras que  ya empezaban a estar algo sudorosas.
En algún momento tuvimos a la vez sol y lluvia pero pese a buscarlo no encontramos el consabido arco iris de esas situaciones. Claro que para compensar, Pepe nos dirigió la vista hacia varias parejas de milanos, primero y poco después de buitres que anidaban en la inmensa mole granítica de La Cabrera.
Después de varios tramos de subidas, bajadas, quiebros, y giros por entre las encinas, los fresnos, las jaras y demás elementos típicos del paisaje serrano, nos lanzamos a una galopada que recordaré en mucho tiempo, junto a una manada de enormes toros bravos, afortunadamente convenientemente separados por una bendita valla.
Alternamos largos y preciosos tramos de monte al paso con otros de trote y galope. Hicimos alguna que otra parada para los comentarios de rigor y para que el cameraman pasara los trastos de fotografiar al guia y así poder ser inmortalizado junto a los demás.
Y, en lo que nos pareció un instante, admirando las bellezas de esa parte de la sierra madrileña, regresamos a las cuadras tres horas después de haber salido.
Cansados pero contentos y satisfechos nos fuimos en busca de un merendero cercano a devorar los ricos filetes empanados de Sara, los sandwiches de Sally, el queso de Paloma, las patatas al ajo de Raquel y el resto de viandas que los demás habíamos llevado.
Como colofón se imponía un cafetito bien caliente, otra vez en El Cocedero. Esta vez se unieron al grupo Vivi, Lola y Vanesa, antes de comenzar su ruta vespertina.
A las 17:30 ya estábamos volviendo hacia Madrid pensando ya en la siguiente salida, en Mayo.

Feliz semana y felices galopadas los que puedan darlas.